Detrás de las cortinas azules, la puerta
- Si abro la puerta que se oculta detrás de las gruesas cortinas azules sé que no podré volver hacia atrás. ¿Cómo llegué a este momento? ¿Cómo se puede estar tan sola frente al hecho más significativo y que definirá un pasaje entre el antes y el después?-
La casa se construyó en un barrio de obreros, no le faltaba nada y fue para ser habitada por toda la familia. Entrábamos cómodamente (mamá y yo) y deambulaba por ella indagando cada rincón que a mis ojos se aparecía como misterioso y único. Mi mamá estaba sola…. ¿y mi papá? Había desaparecido de nuestras vidas sin dejar rastro alguno y nunca pude saber la verdad de tanta ausencia.
Durante el día las calles eran vigiladas a destajo por gente, que a mi ingenuo modo de ver, no generaba confianza alguna, pero sí un molesto escozor en el cuerpo de mamá.
- ¿Qué mirás, Alicia?
- Nada, mamá… nada - mentía casi avergonzadamente al ser descubierta.
- ¡Mejor! No los mires, no los mires… ¡por favor…!
El temor de mamá resultaba incomprensible. Claro, yo apenas contaba con ocho años. ¿De qué temor iba a hablar? si mi cabeza se inundaba de juegos, cuentos, princesas propios de la infancia que transitaba. Mientras caminábamos, mamá apretaba casi dolorosamente mi mano. Y seguíamos caminando por la ciudad. Una ciudad en la cual algunas mujeres giraban alrededor de una plaza llevando pañuelos blancos sobre sus cabezas. ¡Qué rara forma de jugar!! ¡Qué tontera!
Por la noche cenamos silenciosas. Mamá me tomó de la mano e hicimos unos rezos que yo intentaba guardar repitiendo casi como un eco cada una de las palabras pronunciadas. Luego, todo quedó limpio sobre la mesa.
El silencio se rompió y desde afuera llegaron a nuestros oídos los frenos de los autos, las corridas callejeras, las voces de “alto” “alto o disparo”. Apagamos las luces y mamá me dijo:- Silencio Alicia, silencio.
- ¿Y si golpean?- le pregunté por lo bajo.
-¡No abriremos! Se cansarán y se irán.
- ¿Quiénes?- y esta vez no hubo respuesta.
Tengo la sensación que los acontecimientos se fueron precipitando.
María, así se llamaba mi mamá, me tomó de la mano y me mostró: -Alicia, ¿ves aquellas cortinas azules? Detrás de ellas hay una puerta. No lo olvides nunca.
Yo la escuché con atención e imaginé un túnel oscuro, vacío y temeroso. ¿Una puerta oculta detrás de unas cortinas azules? ¿Será como el hueco por el cual cayó Alicia?
- ¡Alicia!- volvió a pronunciar mi nombre. – Si algún día no vuelvo o vienen por mí abrirás –sin descorrer las cortinas- la puerta y por ella saldrás con esta carta en la mano y se la entregarás a la abuela Elsa en su casa.
¿Será que papá se habrá ido por esa puerta? ¿Habrá sido el primero en abrirla?
No pude dormir por varios días. No me animaba a romper ese silencio que mamá tanto mantenía. Yo aún recuerdo a papá. Cuando llegaba de trabajar, de repartir volantes o mantener largas reuniones no sé donde, me sentaba sobre sus rodillas y me decía “Alicita”, “mi Alicia del país de las maravillas”. Y me acunaba…
Hoy mamá no regresó. Temprano vi como su joven figura partía para el comedor del barrio en el cual vivimos. Un barrio de casitas sencillas, olorosas de pan casero y leña al rojo vivo. La vi salir sin prisa. No quise que se diera cuenta que ya estaba yo despierta. Las horas pasaron y cayó la noche. Escuché corridas, gritos de “alto o disparo”, “suban…” y unas palabrotas oscuras.
¿Qué hubiese hecho Alicia? Alicia, la del país de las maravillas.
-¡Tonta! ¿Qué hago yo? Yo soy Alicia y este país nada tiene de maravillas. No hay Reina de Corazones, ni lacayos, ni liebres… No hay aventuras… no hay magia…
Estoy frente a las cortinas azules, es el momento. La abro y aprieto fuertemente el sobre con la carta de mamá. La puerta se abrió y se cerró. No hubo vuelta atrás para esta niña sola.
Acompañé a la abuela Elsa a girar alrededor de la plaza. Ella lleva un pañuelo blanco y yo giro con ella en silencio. Un silencio que duele y que tal vez algún día entenderé.
- Si abro la puerta que se oculta detrás de las gruesas cortinas azules sé que no podré volver hacia atrás. ¿Cómo llegué a este momento? ¿Cómo se puede estar tan sola frente al hecho más significativo y que definirá un pasaje entre el antes y el después?-
La casa se construyó en un barrio de obreros, no le faltaba nada y fue para ser habitada por toda la familia. Entrábamos cómodamente (mamá y yo) y deambulaba por ella indagando cada rincón que a mis ojos se aparecía como misterioso y único. Mi mamá estaba sola…. ¿y mi papá? Había desaparecido de nuestras vidas sin dejar rastro alguno y nunca pude saber la verdad de tanta ausencia.
Durante el día las calles eran vigiladas a destajo por gente, que a mi ingenuo modo de ver, no generaba confianza alguna, pero sí un molesto escozor en el cuerpo de mamá.
- ¿Qué mirás, Alicia?
- Nada, mamá… nada - mentía casi avergonzadamente al ser descubierta.
- ¡Mejor! No los mires, no los mires… ¡por favor…!
El temor de mamá resultaba incomprensible. Claro, yo apenas contaba con ocho años. ¿De qué temor iba a hablar? si mi cabeza se inundaba de juegos, cuentos, princesas propios de la infancia que transitaba. Mientras caminábamos, mamá apretaba casi dolorosamente mi mano. Y seguíamos caminando por la ciudad. Una ciudad en la cual algunas mujeres giraban alrededor de una plaza llevando pañuelos blancos sobre sus cabezas. ¡Qué rara forma de jugar!! ¡Qué tontera!
Por la noche cenamos silenciosas. Mamá me tomó de la mano e hicimos unos rezos que yo intentaba guardar repitiendo casi como un eco cada una de las palabras pronunciadas. Luego, todo quedó limpio sobre la mesa.
El silencio se rompió y desde afuera llegaron a nuestros oídos los frenos de los autos, las corridas callejeras, las voces de “alto” “alto o disparo”. Apagamos las luces y mamá me dijo:- Silencio Alicia, silencio.
- ¿Y si golpean?- le pregunté por lo bajo.
-¡No abriremos! Se cansarán y se irán.
- ¿Quiénes?- y esta vez no hubo respuesta.
Tengo la sensación que los acontecimientos se fueron precipitando.
María, así se llamaba mi mamá, me tomó de la mano y me mostró: -Alicia, ¿ves aquellas cortinas azules? Detrás de ellas hay una puerta. No lo olvides nunca.
Yo la escuché con atención e imaginé un túnel oscuro, vacío y temeroso. ¿Una puerta oculta detrás de unas cortinas azules? ¿Será como el hueco por el cual cayó Alicia?
- ¡Alicia!- volvió a pronunciar mi nombre. – Si algún día no vuelvo o vienen por mí abrirás –sin descorrer las cortinas- la puerta y por ella saldrás con esta carta en la mano y se la entregarás a la abuela Elsa en su casa.
¿Será que papá se habrá ido por esa puerta? ¿Habrá sido el primero en abrirla?
No pude dormir por varios días. No me animaba a romper ese silencio que mamá tanto mantenía. Yo aún recuerdo a papá. Cuando llegaba de trabajar, de repartir volantes o mantener largas reuniones no sé donde, me sentaba sobre sus rodillas y me decía “Alicita”, “mi Alicia del país de las maravillas”. Y me acunaba…
Hoy mamá no regresó. Temprano vi como su joven figura partía para el comedor del barrio en el cual vivimos. Un barrio de casitas sencillas, olorosas de pan casero y leña al rojo vivo. La vi salir sin prisa. No quise que se diera cuenta que ya estaba yo despierta. Las horas pasaron y cayó la noche. Escuché corridas, gritos de “alto o disparo”, “suban…” y unas palabrotas oscuras.
¿Qué hubiese hecho Alicia? Alicia, la del país de las maravillas.
-¡Tonta! ¿Qué hago yo? Yo soy Alicia y este país nada tiene de maravillas. No hay Reina de Corazones, ni lacayos, ni liebres… No hay aventuras… no hay magia…
Estoy frente a las cortinas azules, es el momento. La abro y aprieto fuertemente el sobre con la carta de mamá. La puerta se abrió y se cerró. No hubo vuelta atrás para esta niña sola.
Acompañé a la abuela Elsa a girar alrededor de la plaza. Ella lleva un pañuelo blanco y yo giro con ella en silencio. Un silencio que duele y que tal vez algún día entenderé.
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